Un abrazo nacido del enorme cariño y de los más profundos
sentidos. Cuando al fin sus cuerpos se alejaron unos centímetros las palabras
se superpusieron emocionadas, impacientes de expresar lo callado durante años,
lo surgido del encuentro inesperado.
Otro incontenible abrazo los inundó de emociones rescatadas
de un baúl olvidado en algún rincón sagrado de la memoria.
Ella cerró los ojos apoyando sus labios en su hombro y
aspiró el aroma que le había quitado la razón durante toda la velada, contra el
que había luchado para no dejarse llevar por absurdos pensamientos sin asidero
en el presente.
Apenas separaron sus pechos agitados y confusos los labios
se rosaron desesperados, pero con una dulzura jamás olvidada.
Sintió su mano acariciando su cabello desordenado y en un
instinto irrefrenable lo beso sin prejuicios, otra vez. Su mano le acarició la
conocida mejilla, sabiendo que era ese el único lugar donde quería estar. Se miraron,
se acariciaron los rostros como reconociendo las marcas del tiempo y el paso de
los años y volvieron a unir los labios deseosos de aquel elixir que creían perdido.
Él le encerró el rostro entre sus manos
y la besó feliz una y otra vez, ella suspiró y de nuevo tuvieron 18 años.
La escena no duró más que unos pocos minutos, pero los
corazones latieron como adolescentes ávidos de entrega y pasión.
Cuando sus ojos se encontraron en el plano del presente
supieron que hay amores perdidos en el pasado porque ese es su espacio. Y ellos
ya no pertenecen a ese maravilloso pero lejano plano de la existencia.
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