Al entrar en el clima Día del Niño, niña, niñez o como les
guste, inevitablemente volvemos a algún o algunos de los momentos de nuestra
infancia, o lo que recordamos de ellos.
Los recuerdos son construcciones en nuestra memoria de un
momento del pasado, fotografías que atesoramos y que aparecen con y sin
voluntad.
En unas extrañas entrevistas televisivas el reportero les
preguntaba a unos adultos mayores que recordaban de su infancia y todos
hicieron alusión a sus recuerdos agradables, sorprendentemente todos fueron
niños felices. Y ojalá todos los niños lo fueran…
Desgraciadamente hay niños tristes e infelices y quizás
nosotros también lo fuimos, pero preferimos elegir las fotos que contienen
sonrisas, los momentos que nos hacen sentirnos vivos y dichosos.
Yo particularmente recuerdo las fiestas en la Iglesia de mi
pueblo donde todos los pequeños y no tanto, nos reuníamos para jugar,
participábamos de juegos crueles y con reglas poco claras donde siempre ganaban
los mismos. Pero como en los 90 los sentimientos no se demostraban respirábamos
hondo y poníamos las esperanzas en el año próximo.
Pero había una revancha y en el bolsillo muy bien guardaba
estaba la llave para ese momento glorioso: el sorteo final. Hubo tiempos de
bonanza donde cada niño se llevaba un regalo, pero eso no fue en mi niñez. Por
aquellos días había un estricto sorteo de juguetes que iban de uno muy pequeño
hasta otros grandes y atractivos.
La tarde del domingo el patio de la iglesia estaba repleto
de chicos esperando el sorteo. Yo cuidaba de mi número y seguramente vigilaba
que mi hermana no extraviara el suyo.
Al final del sorteo una gran muñeca de plástico salió de la
bolsa de los regalos que ya habían sido entregados a los felices ganadores, era
extraña y su pelo estaba dibujado del mismo platico que la constituía, era
naranja y más grande que cualquier muñeca que hubiese tenido.
No recuerdo el vestido, ni el color, pero se paraba en sus
grandes pies y sus articulaciones eran tan sólidas que hasta mi hija podría
haber llegado a jugar con ella.
Cuando la vi supe que se tenía que ir a casa conmigo, y ahí
donde había perdido una y otra vez la encargada del sorteo cantó el número
impreso en el papelito verde atrapado en mi mano. Mi alegría fue tan inmensa
que por un momento mi eterna vergüenza se esfumó (Sí, era tímida de pequeña),
corrí abriendo paso entre los niños y en pocos segundos llegué al pequeño
escenario atestado de gente. Sonreí ampliamente al recibirla y rápidamente me
perdí en el tumulto. La tomé con una mano y con la otra a mi hermana y nos
fuimos sonriendo a casa. Recuerdo ese Día del Niño como el más feliz de mi
vida, no tanto por haber ganado la rara muñeca que me acompañó por esos días,
sino por la certeza de desear algo con todo el corazón y que eso suceda.
Algunos días fui una niña triste y solitaria, pero lo mejor
es que ese día y muchos otros fui feliz y aun lo soy; cuando recuerdo esos
momentos de gloria o simplemente cuando algo que deseo con todo el corazón
sucede.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario